15.6.11

Es necesario luchar por un ideal

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Credo personal

Es necesario luchar por un ideal


Dr. Joaquín Hernández Callejas

I.

Lo más importante en la vida de un hombre es proponerse un fin, un anhelo, un ideal que realizar. Nada es mas satisfactorio ni nada proporciona tanta seguridad en la lucha por la existencia, que el hecho de tener una meta definida a la cual llegar. Un propósito determinado que nos preocupe durante las veinticuatro horas del día, una idea clara de lo que representan nuestras ambiciones y esperanzas es la decisiva formula que explica el motivo de nuestra vida.

Vivir sin un ideal es tener vacío el pensamiento; vivir sin un anhelo es tener solitario el corazón, vivir sin ningún proyecto es tener anquilosada la voluntad.

El dulce poeta Amado Nervo, escribió: “cada día tiene su propio afán”. Yo pienso que el afán de todos los días debe ser el mismo: el de buscar la concreción, la realización de nuestro sueño, el perfeccionamiento de nuestras actitudes y el dominio absoluto de lo que anhelamos.

Federico Guillermo Nietzsche, el recio escritor germano, dijo: “Un si, un no, una línea recta, un fin”. Yo digo: un si a lo positivo, un no a lo nefasto; una lucha conforme las circunstancias lo demanden y no siempre marchando en línea recta; un fin noble que tienda a dignificar la persona humana.

Avante siempre, escribió nuestro Juan Ramón Uriarte, el maestro animador de juventudes salvadoreñas. Yo digo: esto no es posible; en la vida hay no solo avances, sino que también hay necesidad de retrocesos, rodeos, caídas, resbalones, fracasos y otras duras experiencias para las cuales hay que templar el alma o mejor dicho, las cuales debemos estimar para templarla y no para sentirnos desamparados. Pero no obstante es bueno tener siempre la idea de ir para adelante, hacia la coronación del ideal que nos hemos trazado.

Todo ideal es de difícil realización. Infantil es aquel que piensa que un propósito elevado es de pronta e inmediata ejecución. Nada más falso. La realización de un propósito, la ejecución de una empresa, la terminación de una obra cuesta sacrificios; es preciso realizar largos, dolorosos y múltiples esfuerzos, tomar en cuenta diversos detalles, hacer numerosos ensayos, verificar repetidos intentos, hasta que quede plasmada la obra soñada.

En la lucha por la realización del propósito no hay que tomar en cuenta la suerte. En la suerte, confían las almas candidas, los espíritus supersticiosos y crédulos que gozan solo con el sueño de la acción pero que jamás se atreven a afrontar los riesgos, los peligros, las vicisitudes, las miserias y dolores que necesariamente habrán de sufrirse en la ejecución de los actos para la realización del sueño. Ni Homero, ni Aristóteles, ni Alejandro o Cesar, o Napoleón, ni Beethoven, ni Mozart, ni Cervantes, ni Darwin, improvisaron sus obras aunque nacieron con talentos naturales para destacarse de manera sobresaliente. Ellos tuvieron que estudiar, que prepararse previamente en sus diferentes especialidades, preparación o entrenamiento que implico para ellos grandes privaciones, duras abstinencias que minaron su salud, que desgastaron sus reservas físicas y que, en muchos casos hasta sacrificaron algunos de sus miembros u órganos corporales.

No tomemos en cuenta ni envidiemos los casos baladíes de ciertos triunfos fáciles de algunos individuos o de algún mediocre artista de cine, de teatro, de televisión o algún afortunado comerciante que de la noche a la mañana se convierte en magnate de grandes facilidades económicas. Estos triunfos, aunque halagüeños, no son los resultados ordinarios de la vida cotidiana; son triunfos esporádicos, abultados muchas veces por propagandas o intereses comerciales o por la adhesión de personas vulgares y sin cultivo ni delicadeza para apreciar obras superiores, gentes que se sienten arrastradas por la fuerza caprichosa de la moda.

II.

Las obras superiores en el arte, en la filosofía, en la ciencia, en la técnica, en el comercio, en la agricultura, en la industria, en la política, en la educación, cuestan mucho; no son obra de la improvisación o de la casualidad, o de la aventura, o regalo de los dioses: es producto del esfuerzo dirigido, del calculo paciente, de la meditación profunda y del hacer con diligencia; el proyecto llevado a cabo bajo las severidades de una disciplina firme y de una entereza moral que no le teme a las penalidades.

Disciplina significa someterse a determinadas reglas de conducta: las reglas de la profesión u oficio que se aprende y del cual se vive; y las reglas del comportamiento necesario para alcanzar el fin propuesto.

Disciplina es orden y organización. Orden quiere decir cada cosa en su lugar y en su debida oportunidad. Organizar es disponer de los elementos de manera que funcionen en relación unos con otros a su debido tiempo.

Sin disciplina no se puede llevar a cabo ninguna empresa por pequeña que esta sea. Toda labor implica un sistema de trabajo, una serie de actos sucesivos hasta la culminación del toque final que dejara la obra acabada y completa, a satisfacción del que la dirige y ejecuta. Ninguna desviación, negligencia o descuido es perdonado al autor del trabajo. Su ser entero debe entregarse en una concentración de todas sus energías vitales que comprenden sus pensamientos, sus sentimientos y su voluntad.

La mayoría de la gente es desordenada para trabajar. Ese desorden se manifiesta primero en la concepción de la idea: vacila el pensamiento en la es cogitación del tema; vaga de un lado a otro la imaginación porque no puede configurar un solo concepto; se dispersa la atención en variadas concepciones que no hallan una definición que precise con claridad las ideas. Aunque ciertamente nada hay fácil en este mundo de las empresas, a la mayoría de las personas todo se le dificulta con creces porque en el estudio de los problemas no se repara con firmeza en los aspectos principales, secundarios y de detalles de los asuntos que se escogen como actividades esenciales de la existencia.

En definitiva: trabajar desorganizadamente es una forma de permanecer ocioso.

Nosotros vemos con admiración a esas personas que han realizado cosas sorprendentes en sus vidas. No solo los grandes ejemplos de esos hombres que han sobrepasado los marcos de lo común, sino también los hechos notables del hombre corriente que a diario escribe páginas de heroicas proezas en la lucha por la vida. No es preciso ser genio o talento para realizar un propósito digno en la vida del hombre cotidiano. La medida de la grandeza la da el hombre común con los fines superiores que este busca. La medida de la bajeza la da el hombre común cuando desciende a la corrupción de su conducta.

El carácter se fortalece en la lucha.

La lucha por la realización de un ideal noble es la forma suprema de dignificar nuestra vida.

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