8.7.07

Conchita Alas: Nota Biográfica

CONCHITA ALAS

Por: Carlos E. Hernández
Abril de 2007

Mi madre soltera

Nací el 8 de diciembre de 1925. En San Francisco Lempa, uno de los 33 municipios del Departamento de Chalatenango, que a su vez, es uno de los catorce Departamentos de la República de El Salvador, América Central. Mi madre Antonia Alas, también era oriunda del mismo lugar. Mamá Toña como se le conocía familiarmente, ejerció una profunda influencia en toda la familia, por el simple hecho de que, como muchas madres de esa época, era madre soltera. Y madre soltera con seis hijos, tres varones y tres mujeres, producto de dos relaciones con individuos que no se responsabilizaron de sus hijos, y Mamá Toña tenía tal carácter que no aceptó en ningún momento ayuda alguna de los padres de sus hijos. Viví en San Francisco Lempa hasta los dieciséis años.

Vivíamos en una casa modesta. Sencilla. Tenia tres cuartos. Sala y comedor. Cocina de leña al aire libre. Uno de los cuartos, era la sala de venta; mi madre destazaba cerdos o vacas y vendía la carne. Para no dejarme sola, porque yo era la mas pequeña y podía despertar a mis hermanitos, me enrollaba en un petate y me llevaba a dormir bajo una mesa mientras ella trabajaba destazando reses o cerdos. Llenaba canastos completos de carne, para mandarlos a vender a cantones y valles y dejaba una parte de la producción de carne para vender en el mismo pueblo. El Tablón, Las Palmas, Los Zepeda, son algunos de los cantones que se abastecían con la carne de reses y cerdos que destazaba Mamá Toña en una jornada de trabajo de tres veces por semana que empezaba a las 3 o 4 de la madrugada.

Recuerdo que mi madre les daba trabajo a varias personas, unas cinco o seis personas, unas llevando la carne o el jabón para vender en los cantones y otras para fabricar los productos. En una oportunidad escuché el siguiente diálogo entre una de las vendedoras y mi madre:

Vendedora: “Toñita... ¿Me vas a dar trabajo este día?”

Mi madre: “No tengo dinero”.

Vendedora: “Me puedes pagar con carne y jabón pues yo en la casa no tengo nada. Hoy amanecimos sin nada”.

Mi madre: “Vaya anda déjales para que cocinen”. Ponía en hojas de matas de huerta, en bolsas o en canastos, carne, jabón, tamales, productos que las vendedoras llevaban a vender, en este caso para llevarles que comer a su familia. A veces hasta mangos les ponía porque había buenas cosechas de mango en los árboles de la casa. Las vendedoras regresaban luego a la casa para ir a vender lo que anticipadamente se les había pagado.

Fabricación casera del “jabón de cuche”

Los días que no destazaba reses o cerdos fabricaba jabón: tenia tres peroles u ollas, con tres “paletas” de unos dos o tres metros “meneaban” la grasa animal producto del destace mezclada con lejía obtenida de las cenizas de las cocinas que se compraba de casa en casa. La ceniza se ponía en un depósito con tela en el fondo y se le rociaba agua caliente que se recogía en un recipiente. Esta ‘’lejía” se mezclaba con la grasa animal “paniando” (meneando) el jabón. Cuando la mezcla estaba cocida en su punto, “floreaba” y se recogía con una paleta depositándolo en una batea, se “picaba” y al enfriarse se hacían las bolas de jabón. Tal era el procedimiento para fabricar el popularmente conocido “jabón de cuche” en El Salvador. El único tipo de jabón en casi todos los pueblos de la época.

La prioridad de la educación de los hijos

Con este sacrificio y gran trabajo, Mamá Toña nos educó, en la Escuela Primaria de San Francisco Lempa, a todos los hijos, seis en total: tres varones y tres mujeres.

Yo era la menor. Mi madre había dispuesto que los hermanos y hermanas mayores cuidaran de los menores. Por ello tuve el privilegio de crecer bajo el cuidado de todos, pero especialmente de Blanquita, mi siguiente hermana mayor. Pasé mi primera infancia, bajo el cuidado de mi madre y bajo la mesa en donde, en las madrugadas, se rebanaba la carne para venderla. Inicié mi educación escolar a los siete años. Mi madre nunca descuidó la educación de sus hijos; trabajaba duro para ellos.

Los varones iban a la Escuela de Varones, las niñas a la Escuela de Niñas. Mi hermana mayor, Mercedes, llevaba la batuta, era “la jefe” y cuidaba a mi hermana Blanquita y a mi. Entre a la edad de siete años a la Escuela en San Francisco Lempa, tuve ahí toda mi educación primaria, hasta sexto grado. A los doce años ya “graduada” de primaria me vine a la ciudad capital, San Salvador.

La emigración por “oleadas” a San Salvador

Mi hermano mayor Carlos, ya había emigrado a San Salvador, era taxista. Y llamó a toda la familia. Por “tandas” la familia emigró hacia San Salvador: Blanquita y Mercedes y luego mi madre con Heriberto, Juan y yo. Mi madre decidida, vendió todo lo que tenia. Para la fecha en que emigramos ya Blanquita trabajaba y estudiaba, para terminar sus estudios de enfermería.

Vivíamos en una pieza de mesón. Las mujeres no podíamos salir. Nos organizaba en la “dormida”, juntaba dos camas separando a las mujercitas de los varones, las primeras en las camas durmiendo con la madre y los varones en el suelo. La madre dormía en la orilla de la cama. En medio de esta pobreza me matricularon en el Colegio Renovación, ahí me gradué de taquimecanógrafa. Y luego tuve mi primer empleo en la empresa Nestlé. Mi madre notó mi cansancio por la vida de oficina y decía: “No. Si esta muchachita para maestra trae”.

Mis dos años de estudio en el Colegio Renovación, me dieron una buena formación que permitió emplearme rápidamente. Hoy ya no existen Secretarias taquígrafas en El Salvador. En la Nestlé incluso me enseñaron a llevar los libros...el Contador me decía: “Y ya vino Usted a quitarme el puesto”. Sin intenciones de dañar a nadie siempre tuve dos grandes intereses: aprender y emprender.

Los inicios de mi formación como maestra

A instancias de mi madre, asistí a un curso de seis meses de lo que se llamaba “Maestro Clase C”. Eran cursos acelerados de maestros debido a la urgencia de educadores en el interior del país. Esta promoción especial del Ministerio de Educación no contaba con instalaciones propias; los grupos recibían clases en el Instituto Nacional y en varias Escuelas de la capital. Los Maestros de Clase C recibían formación pedagógica de manera continua si aplicaban, para lograr ascender en las categorías B y finalmente la A. Cuando ya tenía la clasificación de Maestra Clase C me nombraron Maestra en la Escuela de Niñas de Jayaque, Departamento de La Libertad. Siguiendo los consejos de mi madre “poco pero bien”, “sírvete poco pero comételo todo”, tome los cursos estrictamente necesarios y mejore mis notas. Sin duda esto sirvió para mi selección. Cada vacación tomaba el curso pedagógico respectivo y así pude llegar posteriormente con los años de estudio a ser Maestra Clase A.

No había quien me fuera a dejar a Jayaque. Mi hermano Juan fue el designado por mi madre para irme a dejar: “A vos te va a tocar ir a dejarla”, le dijo. Mi madre, a puras referencias, había ubicado la casa de la familia Guardado en Jayaque, para alojarme. Con mi hermano Juan abordamos el bus en San Salvador y se trasbordaba en Santa Tecla; el bus nos dejo en la carretera de Sonsonate. En la parada de bus había gente “rentando” caballos y mulas para trasladarse a pueblos y cantones por los caminos rústicos, de piedras sueltas y polvazón. Rentamos una mula e iniciamos el camino. A contramarcha venían niños con mulas y caballos cuyos viajeros ya habían llegado a su destino y regresaban para volverlos a rentar. Yo iba en la mula, Juan mi hermano, cansado del largo camino cuesta arriba, bajo el sol y adolorido porque una piedra se le metió repentinamente en el zapato y le lesiono el pié cambió a mi requerimiento su situación de peatón por la de “a mula”. Yo iba caminando y mi hermano en la mula cuando un campesino que nos vio, dijo: “la mujer va pateando y vos cabalgando, bájate burro”. Mi hermano solamente sonrió y se hizo el indiferente.

Al llegar a Jayaque me alojé en una habitación semi construida. Inicié clases en el segundo grado, con 38 niñas inscritas. Uno de los maestros jóvenes, compañero de trabajo, incluso me propuso que pusiéramos en el pueblo una escuela privada debido a la gran cantidad de niñas y niños que deseaban estudiar. En Jayaque trabajé dos años y otros dos años en Armenia, Departamento de Sonsonate. Estando en Armenia, una localidad más accesible que Jayaque, con “puesto de buses” recibí la honrosa distinción de Mejor Maestra en Armenia, seleccionada en base al puntaje que alcanzaban los alumnos en los exámenes oficiales. Como premio me dijeron que me ascenderían a Directora y que podrían trasladarme al lugar donde yo quisiera. Yo pedí mi traslado a San Salvador explicando que mi madre estaba enferma. Mamá Toñaa tenía asma y sus ataques eran cada vez mas frecuentes. Posteriormente desarrolló cáncer.

Conocí a mi esposo, destacado educador

Pero hay una cosa importante en mi vida de Jayaque. Ahí conocí a mi esposo. Joaquín era un dirigente magisterial y Sub Delegado del Circuito Escolar, supervisaba un grupo de varias Escuelas del Departamento de la La Libertad entre las que se encontraba la Escuela de Niñas de Jayaque. Había sido Presidente de la Asociación Magisterial Democrática, AMD, la primera organización magisterial de alcance nacional en El Salvador, que él contribuyó a fundar y era conocido en los círculos magisteriales como un talentoso escritor. Joaquín me visitaba en San Salvador, durante las vacaciones, en Villa San Pablo, un complejo pequeño de seis apartamentos de un solo cuarto con cocina cada uno de ellos donde vivíamos con Mamá Toña. Ya habíamos mejorado nuestras condiciones de vida, pasando de mesón a Villa. Mi madre notó la intención de las visitas y a sus instancias solicité mi cambio de Jayaque para Armenia. “Vos allá sola (en Jayaque) con este gato viejo que anda buscando ratón tierno” decía mi madre; Joaquín era diez años mayor que yo. Una vez mi madre sorprendió a Joaquín tomándome la mano y le dijo: “¡Vé!...que le quiere arrancar la mano a esa muchacha”; Joaquín inmediatamente me soltó la mano. Joaquín tenia sus ideas independientes, contradictorias con las ideas tradicionales, por ejemplo, no nos casamos por la Iglesia Católica debido a que el no quiso confesarse...”no puedo confesarme con otro hombre igual que yo”, decía. Nos casamos por lo civil en la Alcaldía de San Salvador y para cubrir la boda religiosa, sin confesión de su parte como lo exigía la Iglesia Católica, Joaquín me convenció de que nos casáramos por medio de una Iglesia Evangélica situada cerca de la casa de mi madre.

Mi trabajo como Directora de la Escuela Nicolás J. Bran

Me casé en 1947 ya siendo Directora de la Escuela Nicolás J. Bran, Escuela Urbana Mixta ubicada en la Colonia 3 de Mayo en San Salvador. La foto del personal docente de la Escuela fue tomada durante una visita del Sub Delegado Escolar. Vivía en los terrenos de la Escuela. Ahí nació mi primer hijo. Contraté una empleada para que lo cuidara en tanto yo atendía las necesidades de la Escuela y de mi cargo como Directora. Posteriormente compramos una casa en la Colonia 10 de Septiembre cercana a mi lugar de trabajo. Al siguiente año de haber asumido la Dirección, levantamos una matricula de alumnos sin precedentes, fue una gran cantidad de estudiantes inscritos y tuvieron que construirse dos aulas; con el tiempo, llegue a tener 16 profesores bajo mi dirección. Debido a la urbanización de toda la zona, el crecimiento de la Escuela fue notorio, pero también creció la fama de la Escuela, debido a la dedicación de todos los maestros que trabajamos en ella. “Ustedes tienen magia” decía el Sub Delegado Escolar de nuestro circuito a todos los profesores. “La magia es de nuestro pueblo” respondíamos. Nos esforzábamos desinteresadamente para que nuestros alumnos aprendieran. A los niños que no habían rendido la nota de promoción se les ayudaba con intensos cursos de verano para que en el nuevo año escolar estuvieran listos para empezar el siguiente grado. Los cursos de verano eran desarrollados con una excelente disciplina y voluntariamente por los maestros, impresionaba la gran dedicación y amor por los niños que educaban. Tuvimos el apoyo de los padres de familia e incluso, llegaban a matricularse a la Escuela, niños que vivían en sitios lejanos como Santa Tecla, situada a unos 20 kilómetros. Cuando dejé la Escuela, para trasladarme a otra Escuela, cercana a la casa que habíamos comprado en la Colonia Miramonte, ya estaba diseñada la construcción de dos plantas de uno de los edificios de la Escuela Nicolás J. Bran, que todavía existe, siendo un cuerpo principal de la construcción y ha resistido varios terremotos.

Nuestras casas, negocio y la educación en el trabajo

Joaquín era Sub Delegado Escolar en Chalatenango y de ahí se vino a San Salvador, a trabajar como maestro en el Colegio García Flamenco para esa época ubicado en el centro del viejo San Salvador. Me impresionó su decisión de dejar un cargo codiciado en el magisterio nacional, pero su intención era ingresar a la Universidad para graduarse de abogado. Así lo hizo, con una constancia destacada: trabajando como maestro, trabajando en el hogar, estudiando.

Con fondos reunidos por Joaquín y yo, compramos una casa en la colonia 10 de septiembre. Estas casitas, en aquella época, en 1951, valían 15 mil colones aproximadamente. La familia que la habitaba necesitaba irse fuera de la capital y nos la vendieron en 5 mil colones aproximadamente, quedándonos con el resto de la deuda. En la Sociedad de Padres de Familia de la Escuela Nicolás J. Bran habían personas de diferentes oficios, entre ellos, albañiles, pintores, constructores (maestros de obra, como se les llama en El Salvador) y prácticamente de toda ocupación que trabajaban económicamente y honestamente. Fue una bendición de Dios. Con ese apoyo de trabajo económico, eficiente, honesto de muchos padres de familia de la Escuela Nicolás J. Bran, iniciamos Joaquín y yo la compra de unos terrenos y construcciones, poco a poco, paso a paso, que culminaron con la construcción de un edificio de mas de 50 metros de frente y de dos plantas enfrente de la hoy transitada vía denominada Boulevard Venezuela. Parte construida, parte ocupada o alquilada, así íbamos mejorando nuestras condiciones de vida.

En la casa del Boulevard Venezuela vivieron mi madre y mi suegro. La casa de la Colonia 10 de Septiembre se le vendió a Elisa, mi cuñada. También, como inversión, habíamos comprado otra casa en la Colonia 10 de Septiembre, que se le vendió a mi hermano Juan. Siempre quise tener cerca toda la familia.

En esta época de inversiones, de proyectos, de propiedades, surgió la ayuda de la Señora Blanca Hilsdon, mi hermana, que había emigrado a los Estados Unidos, ya graduada de enfermera y se había casado con Don Larry Hilsdon, un “broker” de la Bolsa de Valores de Nueva York. Blanquita me enviaba toda clase de mercaderías, posteriormente yo viajaba en vacaciones escolares, en compañía de una vecina de la Colonia 10 de Septiembre, Teresita Zaldívar, a Estados Unidos a realizar compras para la “Tienda Blanquita”, localizada en los cuartos destinados a sala comedor de la casa que habitábamos en la misma Colonia. Mis hijos ayudaban en la Tienda Blanquita: cuando llegaba la mercadería mis hijos repartían volantes anunciando los productos, hacían cobros llevando recados escritos en papelitos convenientemente doblados incluso, llevaban a la pequeña edad, remesas al Banco donde trabajaba mi vecina Teresita. Blanquita, nuestra única hija, siendo una niña, después de sus estudios en el Colegio Guadalupano, solía bajar del bus del Colegio y asumía la tarea de arreglar las vitrinas de la Tienda. La “Tienda Blanquita” se traslado un tiempo a la nueva casa en el Boulevard Venezuela, posteriormente se cerró, al adquirir una nueva propiedad en la Colonia Miramonte.

Cuando nos trasladamos a la Colonia Miramonte, la propiedad del Boulevard Venezuela estaba construida en sus 50 metros de largo y dos plantas, totalmente alquilada, solamente ocupando un espacio de la misma la oficina del ahora Doctor Joaquín Hernández Callejas. Con mucho esfuerzo Joaquín se había graduado de abogado y puso su bufete de inmediato en el Boulevard Venezuela. Y trabajaba como Fiscal en la Fiscalía General de la Republica. Hacia 1951, Joaquín perdió un ojo, lo operaron de cataratas sin diagnosticar su diabetes; tuvo una infección ocular que terminó con la extirpación del ojo. Sus estudios de Derecho se hicieron mas difíciles, toda la familia lo apoyaba en la lectura de los Códigos y otros libros; en una grabadora usada marca “Grundig” hasta los hijos que ya podían leer grababan trozos de literatura jurídica que Joaquín repetía constantemente para preparar sus exámenes de Derecho.

Mis dos primeros hijos, Carlos Evaristo y Joaquín, estudiaban en el Colegio Don Bosco. Blanquita, la única hija, estudio en el Colegio La Divina Providencia y luego en el Colegio Guadalupano. En un tiempo Joaquín llevaba a los niños al Colegio, posteriormente contratamos el servicio de bus propio del Colegio. Surgió la oportunidad de trasladarnos de Colonia. El Boulevard Venezuela, debido al proceso de urbanización se había vuelto una carretera de intenso transito: buses, camiones y automóviles de todo tipo conectaban la cercana Terminal de Buses de Occidente con el resto de San Salvador. Día y noche el ruido de motores y “pitazos” era intenso. No se podía dormir. Cuando se lavaba la ropa y se tendía al sol para secarla esta se impregnaba de hollín despedido por los escapes de los vehículos; a la par de nuestra casa funcionada el Taller Guandique, que solía expandir ondas de vapores de pinturas y gasolina. Las conversaciones de los mecánicos no eran adecuadas para nuestros hijos. En una de las esquinas colindantes, se instaló la Cervecería La Tablita, que a la par que vendían deliciosos panes de gallina y carne servida en “tablitas” también vendían cerveza hasta altas horas de la noche con los consecuentes y cotidianos “pleitos de bolos”, malos olores por los orines y contaminación del sonido hasta por gritos con palabras soeces. Pensé en cambiar de zona de residencia. Todavía vivíamos en el Boulevard Venezuela cuando nació mi cuarto hijo, José.

La herencia de mi madre: Jesús, amor y educación

Mi madre murió en 1964, en el edificio del Boulevard Venezuela. Me dejó un gran vacío. Me sentí deshecha pero al mismo tiempo satisfecha. La solidaridad humana que experimenté fue intensa. Mi madre murió de cáncer; llegaban a visitar a mi mamá prácticamente todos los integrantes de la familia. Mi madre me dejó grandes herencias: la educación, el amor al trabajo, a la familia, el amor por los hijos, era un ejemplo la alegría de mi madre en la atención y protección de sus hijos, el amor y cuidado con los nietos, su oración constante, la insistencia en que moderara mi carácter, la confianza en la protección de mi Señor Jesucristo.

Hacia la fundación del Liceo Sagrado Corazón de Jesús

La Colonia Miramonte estaba concebida como una zona residencial de clase media. El Colegio García Flamenco se trasladó del centro de San Salvador a un predio grande de la mencionada colonia. Busqué trabajo como profesora auxiliar en la Escuela República de Nicaragua debido a que era la más cercana a la Colonia Miramonte, donde ya nos habíamos trasladado. Joaquín siguió con su bufete en el Boulevard Venezuela porque ahí tenía su clientela y la nueva colonia no tenia el acceso vehicular y servicio de buses que tenia el Boulevard Venezuela. Los maestros de la Escuela Nicolás J. Bran se mostraron sorprendidos de mi renuncia como Directora para solicitar una plaza de maestra auxiliar, primero en la Escuela Alberto Masferrer y después en la Escuela República de Nicaragua. Como dije mi propósito era trabajar como maestra cerca de mi nueva casa de habitación.

Trabajaba en la Escuela República de Nicaragua y un año después de pasarme a la Colonia Miramonte pensé en poner un kindergarten, debido a que observé la gran cantidad de niños de la nueva colonia y otras aledañas que no tenían un centro educativo inmediato.

Lo nombré Liceo Sagrado Corazón de Jesús, por mi formación católica y por mi devoción; desde niña mi madre me inculco esa creencia y fé en Jesús...”Padre Eterno, gracias por habernos dado a tu divino hijo”, oraba mi madre.

El lema: Estudio, Amor, Trabajo

Con Joaquín diseñamos el lema del Liceo: “Estudio, Amor, Trabajo”. El amor en el centro, porque siguiendo las enseñanzas de Jesús, se debe amar al prójimo como a uno mismo; el amor debe ser el fundamento de la familia...me dolía tanto escuchar a algunos de mis pequeños alumnos comentando sus problemas familiares, la separación de sus padres, la falta de fidelidad y lealtad en la vida de pareja. Se debe amar la propia vida. Y darle gracias a Dios todos los días por darnos una vida, única en la tierra. El amor debe desarrollarse hacia toda actividad humana, debe amarse el Estudio. Por medio del estudio conocemos nuestra Sociedad y la Naturaleza, a las que también debemos amar. Debemos amar el Trabajo, pues el Trabajo es el don de Dios para ser útiles a nuestra Sociedad, base para procurarnos honradamente nuestros medios de vida; por medio del trabajo, transformamos la naturaleza y la cuidamos. El Liceo estaba consagrado a Jesús, su misión principal era inculcar el Estudio, por ello fue la primera palabra en el lema; la finalidad del Estudio era educar para el Trabajo, por ello la palabra trabajo sería la última en el lema. Se trataba de educar por medio del amor a eficientes estudiantes trabajadores. El sedimento de la educación, conforme a las enseñanzas de Jesús eran la base: amor a sí mismo, a los demás, al prójimo y a la familia, a la Sociedad, a la Naturaleza, a la Ciencia.

Amanecer y Atardecer en el Liceo Sagrado Corazón de Jesús

El Liceo Sagrado Corazón de Jesús fue creciendo poco a poco, tuvimos excelentes alumnos y maestros. Creo que recibió gran impulso cuando hijos de connotados funcionarios e intelectuales salvadoreños, fueron matriculados en el Liceo. Hubo un momento en que la matrícula se reservaba con anticipación. Yo ponía especial esmero en la atención personalizada de los estudiantes, había recibido un curso de formación en enseñanza personalizada en España, por iniciativa propia; trataba siempre de escuchar y orientar a cada niño o niña, individualmente. La casa de la Colonia Miramonte resultó insuficiente para la cantidad de alumnos que año con año se matriculaba en el Liceo; construimos dos plantas para ampliar el número de aulas, compramos al crédito la casa contigua y construimos luego otras tres plantas en el patio y poco a poco, también compramos unos terrenos en la colindante Colonia Recinos. En los terrenos construimos una cancha de basketbol y una pequeña piscina para clases de natación.

Las décadas del 70 y del 80 fueron difíciles por la guerra civil en El Salvador. Cuando habían tiroteos en zonas aledañas al Liceo, nuestros alumnos, prendidos de curiosidad asomaban sus cabecitas por el enrejado de hierro de la parte frontal del edificio del Liceo, que daba a la calle que pasaba enfrente; los maestros y yo, angustiados tratábamos de que los pequeños ingresaran a las instalaciones del Liceo para que no les ocurriera daño alguno, encerrábamos a los niños en los baños, vigilándolos para que no fueran heridos por los fuegos cruzados. “Ten cuidado –me decía mi esposo- te puede caer una bala perdida”.

En una oportunidad una de mis empleadas domésticas –tenia varias empleadas por razones del cuidado de la casa, de mi hijo pequeño, Jorge y la limpieza de las instalaciones del Liceo- me pidió una sábana de las que había planchado para ir a cubrir el cadáver de un insurgente que había muerto en la refriega con los soldados en las inmediaciones. Yo se la di. Uno de mis empleados, que hacía la limpieza en las instalaciones del Liceo, y que había sido recomendado por una monja, se integró con el tiempo al movimiento insurgente; en una oportunidad que lo capturaron dijo que era hijo de mi esposo, por pura casualidad tenia el mismo apellido. Cuando le preguntaron por teléfono, mi esposo aceptó que el joven era su hijo, para salvarle la vida y a pesar del gran riesgo que ello significaba fue a traerlo al sitio donde lo habían detenido; este joven murió después en un enfrentamiento. A mi hijo mayor también lo capturaron en 1979 y gestionamos su liberación, lográndolo; mi hijo había sido dirigente estudiantil y trabajaba como profesor en la Universidad de El Salvador. A mis sobrinos, médicos los dos, también los capturaron y torturaron y con la diligente gestión de mi esposo los liberaron. Antes, mi esposo había logrado que saliera fuera del país uno de los hermanos de los médicos, que también corría peligro de ser capturado. Empecé a encontrar cartas amenazantes deslizadas entre las rejas de protección de la entrada del edificio del Liceo. Las cartas decían: “Señora de Hernández Callejas: si no se va del país nos llevaremos a sus dos hijos menores que tiene ahí”. Con una de esas cartas, atemorizada, fui a la Embajada de los Estados Unidos. Yo prestaba las instalaciones del Liceo para la realización de diversos actos culturales a diferentes instituciones: la Iglesia Católica, la Universidad, la Embajada de los Estados Unidos. Cuando fui a la Embajada de Estados Unidos y mostré la carta en que me amenazaban me atendieron con cordialidad. Me preguntaron sobre que tipo de solicitud haría: asilo político o residencia. Solicite residencia e inicie el traslado mío y de mis hijos hacia los Estados Unidos.

Para esta época mi hija Blanquita ya vivía en Estados Unidos. Como madre empecé a preocuparme más por ella, sobre todo cuando nació mi nieta Nataly. Viajaba constantemente a los Estados Unidos y por períodos encomendaba la Dirección del Liceo a experimentados profesores que trabajaban ahí mismo.
En Estados Unidos me concentre en apoyar la radicación de mis hijos. Blanquita mi hija, ya era ciudadana de los Estados Unidos. Deje al frente del Colegio a una familia de connotados profesores, la familia Amaya. Dirigían muy bien el Liceo académica y administrativamente. En otros periodos, era atendido por otros diligentes profesores, entre ellos la Señorita Emelyna Turcios. Después de algunos años, con mucha satisfacción vendí el Liceo a una Sociedad compuesta por maestros que habían trabajado y estaban trabajando en el Liceo. En uno de mis viajes a El Salvador, me comentaron que dos de los maestros, hermanos carnales, integrantes de la Sociedad que había comprado el Liceo, habían sido asesinados, ellos trabajaban como maestros en la Universidad de El Salvador y en el Liceo; estos maestros eran pivotes en la conducción del Liceo. Académica y administrativamente, en medio de las presiones del conflicto armado, el Liceo fue desmejorando y cerró sus instalaciones a finales de 1999 aproximadamente. Las instalaciones del Liceo siempre siguen estando dedicadas a la enseñanza, en la actualidad funciona la Escuela Bilingüe Tazumal. Ahora formando parte de la herencia de mis hijos, seguimos cumpliendo la promesa de que ninguna de nuestras propiedades seria utilizada para actividades denigrantes del ser humano, sino para vivienda, negocios que no fueran de venta de alcohol y prostitución, mucho menos ilícitos y sobre todo que nuestras modestas propiedades, ahora de nuestros hijos, fueran dedicadas al fomento de la educación.

Momentos de mi vida en Estados Unidos

Concentrada en apoyar la radicación, estabilidad y educación de mis hijos en los Estados Unidos, en medio de mis ocupaciones domésticas y cada vez más frecuentes quebrantos de salud, inicié mis estudios en Palm Beach Community College, donde me acreditaron las notas de la Escuela Normal de Maestros Alberto Masferrer de El Salvador. Me faltó un año para graduarme. Mi esposo Joaquín emigró posteriormente. Blanquita, Joaquín padre, Joaquín hijo y Jorge constituían mi familia en Estados Unidos. Carlos, mi hijo mayor, estudiaba en la Universidad de Costa Rica.

Mi vocación docente la cubría catequizando en la Iglesia Saint Luke, de Palm Spring, Florida. Trabajé varios años en esta actividad de catequesis. Solamente fue interrumpida la actividad por mi traslado a la nueva casa de mi hijo Jorge.

Recibí cursos de formación para líderes de comunidades hispanas y mayas católicas patrocinados por la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Estudié un curso de Educación en Servicios de Salud y luego de Asistente Dental y obtuve el certificado correspondiente; mi trabajo fue interrumpido por prescripción medica debido a prótesis en mis caderas; me diagnosticaron y operaron por padecimiento de osteoporosis.

Hoy en el 2007, todavía siento vibrar mi vocación docente, como si fuera ayer que trabaje en la Escuela Nicolás J. Bran o en el Liceo Sagrado Corazón de Jesús. Me inscribí en el Foster Grandparent Program y había iniciado con gran entusiasmo mi apoyo en la Elementary School of Palm Spring, enseñando a leer a niños y niñas. Me dió vida mi nuevo horario de maestra. Interrumpí nuevamente, con mucho dolor, mi nueva ocupación por prescripción medica. Los niños y niñas me enviaron uno de los mejores diplomas que he obtenido en mi vida: un cartel lleno de corazones con los nombres de los alumnos a quienes ayudé en el poco tiempo que amorosamente compartí con ellos, a que aprendieran a escribirlos.


Escrito por j-y-c-fundacion-educacional el 15/04/2007 16:36

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